martes, 29 de junio de 2010

San Buenaventura III

4. EL ASCENSO DEL ALMA HACIA DIOS
El alma humana es producida inmediatamente por Dios. Es inmortal. Su producción sólo puede ser efectuada por el Principio que por sí mismo posee vida y perpetuidad. El cuerpo está contenido seminaliter en el cuerpo de Adán pero eso no significa que tenga un alma sensitiva educida de la materia distinta de la racional. El cuerpo antes de la infusión del alma posee una especie de sensibilidad incoada, una disposición activa hacia el acto de sensación. Buenaventura tiene cuidado de mantener a la vez la continuidad de la vida y la realidad de la paternidad que evita toda partición del alma en dos. El alma es la forma del cuerpo. Está presente en cada parte del cuerpo. A pesar de su hilemorfismo mantiene su posición agustiniana: el alma humana es una sustancia espiritual, compuesta de forma espiritual y materia espiritual. La materia espiritual es principio de pasividad y mutabilidad. Simplicidad tiene varios sentidos: ausencia de partes cuantitativas, el alma es simple o ausencia de partes constitutivas, el alma no es simple. El punto principal de Buenaventura es que el alma puede subsistir por sí misma, y su doctrina hilemórfica es para asegurar esa dignidad. El alma es individuada por sus propios principios. Aunque sea substancia espiritual está constituida de tal modo que tiene una inclinación a hacerlo así. El cuerpo -constituido de materia y forma- tiene appetitus para ser informado por el alma. El alma existe primariamente para gozar de Dios, pero sólo ejerce sus potencialidades plenamente al informar al cuerpo.
La doctrina de la composición hilemórfica del alma humana facilita la prueba de su inmortalidad. Su prueba favorita es la bajada en la consideración del fin último del alma: el alma anhela la perfecta felicidad. Si es así el alma debe ser naturalmente inmortal. A partir de la causa formal, de la naturaleza del alma como imagen de Dios, el alma debe ser capaz de poseer a Dios y debe estar hecha a su imagen y semejanza. La materia espiritual encuentra su satisfacción y complemento en unión con esa forma, y debe ser asimismo inmortal. Tiene además otras pruebas sobre la reflexión aristotélica y la actividad intelectual, la prueba agustiniana de la aprehensión de las verdades eternas.
Buenaventura conoció la concepción averroísta de Aristóteles sobre la individualidad del alma y argumentó contra ella. Contra el monopsiquismo, argumenta que el alma intelectual es una perfección del hombre como hombre, y los hombres difieren unos de otros, son personas individuales en tanto que hombres y no en tanto que animales. El alma individual intelectual no está individuada por el cuerpo sino por su propio principio: materia espiritual.
En cuanto al conocimiento anímico de objetos sensibles coincide con Aristóteles que el alma no forma a partir de sí misma conocimientos sensibles o especies. Admite que el alma es originalmente una tabula rasa y no da lugar a ideas innatas. Los principios del intelecto agente son innatos en el sentido en que el intelecto está dotado de una luz natural que le capacita para aprehender los principios en su universalidad a partir del conocimiento sensible. Pero de esto no se sigue que el conocimiento de realidades puramente espirituales se han adquirido mediante la percepción sensible, sino más bien por la reflexión del alma sobre sí misma. El alma no tiene una visión intuitiva de Dios pero está hecha a su imagen y está orientada hacia Dios en deseo y voluntad. Así puede formarse la idea de Dios sin recurrir al mundo sensible. La dirección de la voluntad y la reflexión sobre ese deseo le manifiesta la existencia del objeto de deseo. El conocimiento de las virtudes debe ser innato en el sentido de no adquirido por el conocimiento sensible. Está presente en el alma una luz natural por la que reconoce la verdad y la rectitud. Innato en cuanto alma tiene en sí misma todo el material para formarse la idea explícita. Se puede decir que el alma posee un conocimiento innato de los principios necesarios para su conducta. A pesar coincide con Aristóteles respecto al conocimiento sensible, pero considera que la iluminación es una de las verdades cardinales en la metafísica. Para que se de la verdad se precisa la inmutabilidad por parte del sujeto y la infalibilidad por parte del objeto, para que se de adecuación. Puesto que ningún objeto creado es inmutable, y la mente humana no es por sí misma infalible, debe recibir ayuda desde el exterior: la iluminación. Las rationes eternas deben ejercer una acción reguladora directa sobre la mente, aunque sin llegar a ser vistas ellas mismas. La iluminación divina es necesaria para que la mente vea en el objeto el reflejo de la ratio inmutable, y sea capaz de hacer un juicio infalible referente al mismo. (Por ello considera la doctrina aristotélica insuficiente). Cualquier juicio implica una referencia a la idea inmutable: el juicio se convierte supratemporal por referencia a la idea reguladora. Las rationes aeternae son idénticas al verbo divino: aunque la luz esté íntimamente en nosotros es invisible. Es verdad que abstraemos, pero no podemos captar lo inteligible a través sólo de la abstracción; necesitamos de la iluminación divina. Podemos tener conocimiento de los principios morales por reflexión interior pero no podemos aprehender su carácter inmutable sin la acción reguladora e iluminadora de la luz divina. Ejemplarismo e iluminación están estrechamente vinculados.
El alma tiene cuatro facultades: potencia vegetativa, sensitiva, intelecto y voluntad. Los demás son aspectos o grados de estas cuatro. Las etapas de asenso al alma están más relacionadas con la teología mística y ascética que con la filosofía. Ilustran la tendencia del santo a integrar filosofía y teología del modo más íntimo posible. Empezando por la potencia sensitiva el alma descubre los vestigia Dei en las cosas, como efectos de Dios. Luego pasa a la reflexión interior y de sus potencias. Entonces se muestra a la inteligencia contemplando a Dios con las potencias renovadas y elevadas por el Verbo. Luego hay una visión de Dios cuando se identifica como el Bien. La voluntad tiene un fin más alto puesto que se une a Dios aunque le ciega. La voluntad tiene un fin más alto puesto que se une a Dios aunque le ciega. La última etapa es la visión de Dios en el cielo: ordo amoris.
Los tres cardinales de la metafísica son: la creación, el ejemplarismo y la iluminación. La creación revela al mundo como procedente de Dios. El ejemplarismo revela a las criaturas como estando en Dios como modelo, la iluminación traza el camino del alma hacia Dios. Vemos que la acción de Dios entra en toda actividad humana aunque se necesita el uso activo de sus facultades. Puede llamarse a Buenaventura el filósofo de la vida cristiana: Cristo es siempre el medium omnium scientiarum.

No hay comentarios:

Publicar un comentario