martes, 17 de agosto de 2010

Duns Scotto VI

6. LA ÉTICA SCOTTISTA
Suele decirse que la filosofía scottista es voluntarista: afirma el primado de la voluntad sobre el entendimiento, de la acción sobre la contemplación, de la praxis sobre el conocimiento. Sucede que muchos autores cuando aplican esto lo hacen pensando que Scotto ha exagerado la libertad de Dios hasta el extremo, hasta el irracionalismo. Las leyes morales o éticas no tienen otro fundamento que el libre arbitrio del querer de Dios. Se deduce el positivismo moral por el cual las cosas que Dios quiere que sean buenas, son buenas y las malas, malas. Es voluntarista pero no en este sentido. Suele repetir: Deus est rationabilissime et ordinatissime volens.
Scotto conocía el principio operari sequitir esse, y esto conserva validez en el ámbito divino. El ser funda cualquier operación, tanto el acto de entender como el acto de querer. El acto de querer tiene un objeto. El objeto del querer divino es la esencia divina. Por eso el ser goza de una prioridad lógica respecto de la voluntad. La esencia divina es la norma suprema del actuar de Dios. El actuar de Dios está sujeto a su mismo ser. La voluntad divina está sujeta al entender divino. Esta dependencia no se interpreta como el efecto de una causa, jamás está determinado por los motivos de la inteligencia: aún así hay un dependencia, el conocer precede por naturaleza al querer. Por eso la voluntad divina goza de una perfección que no tiene las otras: Dios sólo quier lo que es conforme a la verdad. Si el conocimiento precede al querer, los conocimientos evidentes por sí mismos independientes de la voluntad, teóricos y prácticas son ajenas a la voluntad. Si la voluntad divina se guía por la evidencia, no puede querer lo intrínsecamente contradictorio. Dentro de estos límites la voluntad divina es soberanamente libre.
Dios obra por fines. Dios crea y le da a las cosas una determinada fisonomía ontológica que incluye un orden que exige que las cosas tengan un significado, un puesto determinado dentro del universo. Todas las cosas contribuyen a la armonía del todo. Dios es como un artista sapientísimo, contribuyen a la perfección del conjunto. Ningún pensador medieval ha subrayado ese finalismo que resplandece en toda finalidad. De ahí que todas las cosas dependen de la libérrima voluntad de Dios, voluntad que está sujeta a un fin.
Las doctrinas morales de Scotto no huelen a positivismo ético. La voluntad está sujeta al ser y a la verdad. Se llega a esta misma conclusión si se analizan las condiciones de la moralidad: Scotto distingue dos tipos de bondad: el acto se le considera en sí mismo -en cuanto que es un ser- todos nuestros actos son buenos siempre, tanto más cuanto más seres sean. También se puede considerar en relación con los demás seres, entonces puede ser bueno o malo: a esta bondad -moral- le llama la bonitas secundaria, es una bondad accidental, los actos pueden tenerla o pueden no tener. Un acto es moralmente bueno o malo, según las condiciones: el sujeto en que el acto termina, el fin que se pretende y las circunstancias. Estas condiciones a hacer un acto moralmente bueno. Para que pierda su bondad basta que una condición no se cumpla. Bonum ex integra causa, malum ex quacumque defecto. No se aparta de la enseñanza tradicional pero cuando las trata de precisar introduce una novedad en la interpretación del sujeto, del objeto y del fin.
Un presupuesto necesario para que una acción sea moral es que ese sujeto sea inteligente y libre. En condiciones de poder valorar la conformidad de su acto con la norma moral y que se decida de manera deliberada y libre. Por el hecho de que una acción sea deliberada no por eso es una acción moral, es indiferentemente buena o mala. La bondad moral de un acto comienza cuando se toma en cuenta el objeto de la acción, lo que se quiere hacer o no hacer. Que el objeto sea moralmente conveniente y además que sea tomado por el que se ejecuta como conveniente. Que el objeto sea un valor, un bien auténtico para quien lo percibe -reconocido. Que sea un valor escapa a la iniciativa del sujeto -se funda en la misma naturaleza de las cosas, por sí mismo es o un bien o un mal para el sujeto. Aquí no es posible los términos medios: la naturaleza de la cosa decide el carácter positivo o negativo de los actos. Además necesita ser reconocida por parte del sujeto (no olvida la acción activa del sujeto, no puede decidirse la razón de bondad sólo por el objeto, también el sujeto participa). Si un hombre atribuye un valor a un objeto que no la tiene, su acto no es bueno -el objeto también es decisivo. No sólo hay buenas intenciones, hay que tratar de acertar. El juicio de la conciencia no debe ser sólo seguro sino objetivamente recto. Para que un acto sea bueno debe de tener esas dos dimensiones. Scotto está más ligado al objeto que cualquier ética tradicional. Mitiga el rigorismo: no hace falta conocer la naturaleza del objeto, sino simplemente conocerlo por la experiencia. Para que un acto sea bueno no basta que miremos el objeto sino considerar también el fin. No es el único elemento al que hay que mirar, pero es el objetivo supremo del obrar humano. El fin más noble, el mismo fin de la vida humana, del que todos los fines participan, que es Dios. Sólo Dios da dignidad moral a la actividad del hombre. El ens infinitum da sentido a todos los fines finitos. Para alcanzar ese fin hay que seguir un camino que son las virtudes, pero no hay que obrar por amor a la virtud (está sustituyendo el que lo haga a Dios por la virtud), sólo por amor a Dios. Si no no se puede respetar la jerarquía de los valores. Todo acto virtuoso sólo lo es si se realiza con vistas a Dios, la virtud sólo es virtud si es amor de Dios. La virtud no está en el punto medio sino en el amor.El sujeto no da moralidad a los actos, la especifidad moral le viene del objeto o del fin. Relacionando estos factores (sujeto y objeto) nos preguntamos si podemos calificar la bondad y en qué medida contribuye al objeto y al fin. Scotto piensa que la estructura del acto moral es análoga a cualquier cuerpo y concepto. Constituido por materia y forma, potencia y acto, el concepto se define con el género próximo y la diferencia específica. La bondad del acto moral está integrada por una bondad genérica (la bondad que los actos adquieren del objeto) y la bondad específica en donde se tiene en cuenta el fin. Un acto en sí mismo positivo no ordenado -al menos indirectamente- al fin último será bueno pero estará a medio camino. Bueno porque es una ocupación honesta pero malo porque no está dirigido al fin. Mi actividad será buena pero sólo genéricamente, le falta la bondad específica. Sin la intención del fin un acto es indiferente. Aunque no esté ordenado tampoco a lo contrario, ni me acerca ni me aleja. El problema es si puede haber actos indiferentes en concreto; Scotto responde que sí. La raíz de la discrepancia con Tomás está en el juicio de la conciencia que Scotto exige que no sea errónea, hace falta saber acertar. La razón última de la discrepancia está en que la esfera del bien y la esfera del deber no coinciden. Es necesario siempre hacer el bien pero no siempre estamos obligados a hacer todo el bien. Bonum est faciendum, no significa que sea obligatorio por el hecho de ser bueno, trascendería las posibilidades humanas. El hombre debe ordenar todas sus acciones al último fin y eso es todo. El problema aparece cuando tiene que hacer las cosas obligatoriamente. Los criterios para delimitar dentro de la esfera del bien la del deber es la necesidad del obrante de conseguir un bien y la importancia de una voluntad superior. La obligación moral está en lo objetivamente bueno y eso es Dios. Dios es el único bien necesaria: fundamento último del deber. Fuera de Dios, respecto de lo demás si y solo si es la medida indispensable para ese fin. Quien no atiende al medio desprecia el fin.
El medio en que se encuentra el hombre es la ley. Ley y obligación son correlativas, si se delimita uno se delimita el otro. Empezando por la ley natural, si no concibe la ley natural a su manera. Los bienes están determinado por la ley. La ley natural se impone en todas lasa conciencias sin distinción, la que es verdaderamente universal. Está constituida por juicios prácticos que son o evidentes por sí mismo -se deducen de los axiomas éticos-, o proposiciones que se deducen de los inmediatos. En estas condiciones se encuentra los tres primeros mandamientos, los que tienen por objeto a Dios, por él es el fin. De esos tres preceptos ni siquiera puede dispensarlos el propio Dios, no hay condicionantes. Ninguno de los otros se impone con la fuerza de un axioma ético y ninguno de ellos se puede deducir inmediatamente de los tres primeros. Entran en la ley natural porque si bien no son verdades prácticas necesarias son tan convenientes que rozan la evidencia, su racionalidad es tan notable que todos los hombres pueden darse cuenta de su racionalidad y además con preceptos que están casi esculpidos en el corazón del hombre, se imponen no tanto por su fuerza lógica sino por la fuerza de la propia experiencia. La razón por la que Scotto distingue dos leyes naturales es la fuerza con que se imponen unos preceptos en otros o porque quería explicar que Dios ha dispensado la observancia de algunos preceptos en determinadas circunstancias o porque solamente el ser infinito es bueno y amable por sí mismo. Sólo Dios amandum est omnino. Los deberes de las criaturas son relativos.
El valor intrínsecamente propio de las cosas hace imposible que sean deberes absolutos. Los siete preceptos se refieren a bienes relativos. Su inmutabilidad es relativa. No niega la existencia de la ley natural pero se siente en la necesidad de repensar la opinión corriente que hacía coincidir la ley natural con los diez mandamientos. Las leyes positivas no entran en la ley natural ni se refieren a ella como corolarios, son concreciones que tienen que adecuarse a la mutabilidad de las cosas concretas. La ley natural es la barrera infranqueable que la ley positiva no puede invadir. Como no son corolarios son variables en el espacio y en el tiempo. No sacan su fuerza de la ley natural. El fundamento próximo de su valor surge de la autoridad del legislador, que el último es Dios, ese poder está en manos de la Iglesia por una parte y el Estado que es depositario de un deber legislativo. Lo concibe como una especie de prolongación de poder paterno en las sociedades familiares. (Piensa que los estados han evolucionado desde las familias patriarcales), hasta que hubo necesidad de elegir a alguien que fuera el poder entre varias familias.

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