martes, 3 de agosto de 2010

Santo Tomás de Aquino X

4. EL ORDEN MORAL
En la Ética a Nicómaco Aristóteles dice que todo agente obra por un fin y que el agente humano obra por la felicidad. La felicidad humana consiste primeramente en la theoria, contemplación del Motor Inmóvil. Además el télos de la actividad moral es un fin a adquirir en esta vida. No hay insinuación en la ética aristotélica de una visión de Dios en la vida futura. En Santo Tomás hay un cambio de énfasis de la ética aristotélica. Los actos que caen dentro de la moral son los actos libres. Todos los actos humanos se ejecutan con vistas a un fin aprehendido. Nuestro conocimiento natural se obtiene a partir de la experiencia sensible; sin embargo, el fin último, la perfecta felicidad no se encuentra en ninguna cosa creada, sino solamente en Dios. Dios es el bien universal en concreto, cuya contemplación perfecta sólo alcanzaremos en la vida futura. La felicidad de Aristóteles la ve Santo Tomás como una felicidad imperfecta, ordenada a la felicidad perfecta, sólo alcanzable en la vida futura. Incluso la felicidad temporal puede suprimirse si no desaparece la esperanza de la felicidad perfecta.
Por tanto, Santo Tomás introduce la consideración de la vida futura, de la que Aristóteles nada dice. La beatitud consiste en el conocimiento y amor natural de Dios tal como puede alcanzarse en esta vida y la beatitud natural perfecta tal como puede darse en la vida futura. Las acciones buenas son las compatibles con la beatitud perfecta y las malas las incompatibles. La beatitud última y perfecta sólo puede consistir en la visión de la esencia divina. Santo Tomás cuando considera el hombre lo hace en concreto y por deseo natural del hombre entiende el deseo de conocer lo más posible la última causa, en el orden concreto y real y deseo de ver a Dios. El entendimiento está hecho para la verdad y sólo y sólo puede satisfacerse con la visión de la verdad absoluta. El término del movimiento natural del entendimiento es, de facto, la visión de Dios, de tal manera que el fin del hombre es el fin sobrenatural. El aquinate utiliza la ética filosófica pero la adapta a un andamiaje cristiano. No ignora el hecho de que el logro del verdadero fin del hombre excede su capacidad; considera al hombre como orientado a ese fin. La beatitud de esta vida puede perderse -ya alcanzada- pero la perfecta no puede perderse. De igual modo la voluntad desea necesariamente la felicidad y de facto esa beatitud sólo puede resultar de la visión de Dios. La fe no satisface el deseo sino más bien lo excita. El hombre no puede alcanzar la visión de Dios por sus propios esfuerzos. Tal logro se hace posible mediante la gracia de Dios. El hombre en el orden real concreto ha sido destinado a un fin sobrenatural y no puede ser satisfecho por nada inferior.
La voluntad desea la felicidad y los actos humanos son buenos o malos en la medida en que son o no medios para el logro del fin. El fin es aquel que perfecciona al hombre como ser racional. Todo acto humano es bueno o malo a diferencia de los actos del hombre, que pueden ser indiferentes.
Santo Tomás sigue a Aristóteles al tratar las virtudes morales e intelectuales como hábitos, cualidades por las que el hombre vive rectamente. La virtud moral consiste en el término medio. Es facilitar la conformidad a la regla de la razón en la parte apetitiva del alma. Si se considera simplemente la conformidad con la regla de la razón constituye el otro extremo pero con respecto a la materia que se refiere -la pasión o el apetito en cuestión- la vida es un término medio. El factor trascendental de la acción virtuosa es la conformidad a la regla de la razón que dirige los actos humanos a su fin último.
La regla de medida de los actos humanos es la razón. Pero la razón no es la fuente arbitraria de obligación. El objeto imaginario de la razón práctica es el bien que tiene naturaleza de fin y la razón práctica al reconocer el fin enuncia su primer principio: Bonum est faciendum et prosequendum, malum vitandum. La ley moral es racional y natural, no es caprichosa, tiene su base en la misma naturaleza humana. La ley natural se refiere a aquellas cosas que son necesarias a la naturaleza humana. Puede haber actos buenos y conformes a la naturaleza sin ser obligatorios. La ley natural no puede ser cambiada, pero puede ser incrementada, puede promulgar preceptos útiles para la naturaleza humana. Los preceptos primarios de la ley natural son enteramente inmutables. Los preceptos secundarios pueden mutarse en casos particulares, por las circunstancias, pero no hay nunca un cambio radical de los preceptos secundarios. Los hombres no pueden ignorar la ley natural, puesto que son principios de la naturaleza humana. La obligación vincula la voluntad libre a la realización de aquel acto que es necesario para la consecución del fin último, un fin que no es hipotético sino absoluto.
Respecto al fundamento de la ley natural hay otra clara diferencia con Aristóteles. El Dios de Aristóteles era causa final pero no era creador, causa eficiente y ejemplar. Para Santo Tomás si Dios crea el mundo y lo gobierna, la sabiduría divina es ordenadora de las acciones humanas hacia su fin: y así Dios constituye la ley eterna: es eterna ex parte Dei, no ex parte creaturae. Esa ley eterna es origen y fuente de la ley natural. La ley natural se expresa pasivamente en las inclinaciones del hombre, y es promulgada por la luz de la razón en la reflexión de tales inclinaciones. Por ello la ley eterna está suficientemente promulgada por todos los hombres. La razón humana podría llegar en teoría a un conocimiento de los dictados de la ley eterna. Pero por el desajuste de nuestra naturaleza era moralmente necesario que la ley natural fuera expresada positivamente por Dios y además la ley sobrenatural. La ley eterna depende primariamente de la razón divina que considera la idea ejemplar de la naturaleza humana. Dada la naturaleza humana la ley natural no podría ser de otro modo que es. En la naturaleza humana discierne Dios la ley y la quiere porque se ama a Sí mismo como Bien Supremo y porque no puede ser inconsciente consigo mismo. Dios es en sí mismo el valor supremo y el arquetipo de todo valor que son participaciones suyas. La ley moral es la que es porque Dios es el qu ees, ya que la misma naturaleza humana depende de Dios.
El reconocimiento de Santo Tomás de que Dios es creador le llevó a reconocer valores naturales que Aristóteles no vio. Siva de ejemplo la virtud de la religión. Por la religión el hombre tributa culto a Dios como principio de creación y gobierno. Está subordinada a la virtud de la justicia. El hombre paga a Dios su deuda de culto y honor, que le debe en justicia. Aristóteles nunca vio una relación personal entre hombre y Dios. Santo Tomás vio como deber primordial del hombre la expresión en acto de la relación, vinculada a su mismo ser. El hombre virtuoso para Aristóteles es el más independiente de los hombres; para Santo Tomás es el más dependiente, el hombre que verdaderamente reconoce y expresa plenamente su relación de dependencia respecto a Dios, que nunca saldará del todo.

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